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29/8/07

LÁGRIMAS DE LA VIRGEN


El aguacero había venido como el llanto incontrolable de Dios. Cubrió los cadáveres de las reses muertas por la sequía y las comenzó a arrastrar por la comunidad haciendo arroyos entre el maíz desquebrajado por el arenoso sol.

¡Dios Bendito! ¡Gracia del cielo!, decía tía Cana, mientras le rezaba a la Virgen María, dándole gracias por la abundante lluvia que nos traía desde sus Cielos.

La lluvia no paró. Siguió como una iracunda cascada durante toda la noche. Las piedras salían de la tierra, ¡Dios te salve María, llena eres de Gracia!, las vecinas comenzaron a llegar durante la madrugada. Supiste Cana, que el río se desbordó, ¡El Señor es contigo, Bendita tú eres entre todas las mujeres!, Seguían rezando el conjunto de mujeres, cubiertas con su pañuelo aun húmedo por la saliva del aire, rezaban para que Dios dejara de derramar sus inmaculadas lágrimas.

Había visto a mi tía Cana rezar por tantas noches para que aguantara el agua del tinaco y que no volviéramos a ir por más agua a San Felipe; caminando hora tras hora, partiendo los zapatos en el camino del desierto, y las yogas con agua nos parecían lo único que nos quedaba de voluntad; la boca tan seca, llena de sal, la piel tan arañada por los ojos del sol, que mi tía Cana palideció y cayó mucho antes de llegar a la estatua de la Virgen. Esa estatua que descubrimos antes del aguacero. ¡Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús! Tía Cana se reanimó cuando le dije lo de la estatua, tía se puso de pie con mi ayuda y caminó hacia la lápida de piedra en donde se encontraba postrada esa Virgen blanca de cal; a la que le imploró con sus manos secas, la ayuda de los cielos. El sol se derramaba en nuestra frente, en nuestro color cobre seco, teníamos en la cara el abandono del agua. ¡Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros! La virgen de cal, hacía visibles sus amorosas lágrimas, a sus hijas. Tía Cana entendió aquel milagro, donde un hilo de llovizna emanó desde la estatua hacia el desierto. Tía Cana abrigó a la Virgen de Cal en su casa. Un altar en que todos pudieran ir a rezar, el pequeño santuario que le hacía falta a la comunidad. Por siete días y siete noches, Tía Cana juntó a las mujeres para rezar, durante siete días y siete noches la Virgen de Cal, lloraba. El llanto caía y se deslizaba como serpiente a las afueras de la casa, la comunidad seguía, algo tan sorprendente, algo de Dios, Divino que se enterró hasta el centro de la tierra.
Fue cuando comenzó la tormenta.
Fue cuando vi a Tía Cana rezar para que la lluvia dejara de caer.
¡A la hora de la muerte, de nuestra muerte!
Amen

Tía Cana dejó cubrir su rostro con las lágrimas de la Virgen, de esa estatua que aun tenía su rostro tan seco como el desierto por el que la lluvia nos arrastró.
Señorita

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